Friday, April 15, 2011
Otra realidad
Soy Ana. Soy profesora de lengua y arte en Amsterdam y llevo unos veinte años en la enseñanza segundaria. Vi a chicos y chicas yendo y viniendo, chicos y chicas divertidos, inteligentes, un poco o muy estúpidos, locos y tontos. O sea, de todo índole, algo que es normal en la edad de doce a dieciocho años. Vivimos aquí en una sociedad de lujo. La mayoría tiene su propio móbil, televisión, ordenador, moto y más. Están acostumbrados a conseguir cosas sin hacer mucho esfuerzo. Sus padres quieren que estudien, y muchas veces son los padres que hacen los deberes de sus hijos. Chicos y chicas sobreprotegidos y con todas las posibilidades. Los hace mejor? Yo diría que no, al contrario. Son mimados y ya no se dan cuenta de todo lo que tienen. Pero son adolescentes que todavía tienen que madurar. Sus estupideces no se las puede tomar a mal. Peor son los padres. También tienen todo; dos coches, dos casas, dos o tres ordenadores, vacaciones dos veces por año. Y, todo en toda la libertad, porque vivimos en una democracia con una libertad de expresión sin límites. Por eso se gritan groserías en el gobierno y en la calle, y eligen líderes como Geert Wilders que llama el islam una relegión retrasada y propone introducir un impuesto para las mujeres que se cubran la cabeza con el pañuelo musulmán. Entonces, la democracia y la libertad de expresión nos hace mejores personas? No parece.
Como ya concluimos en el sitio de apoyo a Juan Tomás Ávila Laurel: la mayoría no hace nada y prefiere sentirse a ver lo que pasa. La mayoría de la clase se calla, sólo uno se atreve decir algo, y muchas veces ni siquiera uno. Siempre ha sido así. A la gente no le gusta ser molestada o arriesgar el pellejo. La tele da un entretenimiento fácil y todos quieren formar parte de lo que ven. Chicas guapas se hacen las estúpidas como carne decorativa de la farándula. Intelectuales votan a Wilders. La enseñanza no nos hace mejor, y ya lo sabemos desde hace el siglo de la Ilustración.
A pesar de eso doy clases y las doy con mucho placer. Clases para todos y, sobre todo, para ese único que se atreve distinguir. Además, una enseñanza buena es un derecho fundamental, justo para que el talento único pueda florecer. Pero, a pesar de toda la enseñanza y democracia del mundo, nunca vamos a acabar con los estupideces de ese mismo mundo. Ni en Holanda, ni en España, ni en Guinea, o donde sea.
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