Llegamos a San Cipriano. En la ribera derecha y en el ángulo fornado por el río que da nombre al sitio, y por el Dagua, que parece regocijarse con su encuentro, estaba la casa, alzada sobre postes en medio de un platenal frondoso.
Componíase la casa, como que era de las mejores del río, de un corredor, del cual, en cierta manera, formaba continuación la sala, pues las paredes de palma de ésta, en dos de los lados, apenas se levantaban a vara y media del suelo, presentando así la vista del Dagua por una parte y del dormido y sombrío San Cipriano por la otra...
María, Jorge Isaacs
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