Tuesday, January 16, 2007

Juana la Loca

En realidad no me llamo Ana sino Anita, y nací en una finca (la finca de la foto) en el este del país. Anita es un nombre holandés. Mi madre contó que Anita vino del nombre de mi abuela. Ella se llamaba Hanna, de Johanna (Juana en español). Mi madre se llama Johanna (pero la llaman Jo).
En español Anita suena un poco raro porque ya no soy la pequeña Ana de antes.
Mi abuela ni mi madre tiene algo que ver con Juana la Loca... Yo: sí.

Saturday, January 13, 2007

La colina

Más que 20.000 mujeres y hombres extras van a Vietnam, perdón, a Irak. Yo veo a Bush diciéndolo, y oigo el llanto y el rechinar de dientes de ellos que quedarán atrás; los padres, las parejas y los niños.
Sobre el miedo de ellos existe un viejo y bello librito: So Long, Son (Adiós, Hijo). Salió en el año 1944, editado por Putnam’s Sons en Nueva York, en papel que todavía huele a la guerra, y con una cubierta en los colores de la bandera estadounidense. El escritor era Howard Vincent O’Brien, un columnista del periódico The Chicago Daily News.
Este escritor escribió una columna conmovedora cuando su hijo Donel, un oficial del Ejército estadounidense, “volvió” de Europa. De Donel sólo quedaba una caja con ropa y unas cosas personales, entregada correctamente a domicilio. “Fue increible que, de una aventura tan grande en un país lejano, quedó nada más que una moneda y un reloj que ya no funcionaba”, escribió O’Brien.
Esa columna la escribió después de la publicación de So Long, Son, en el mes de enero de 1945. Cuando publicó ese librito, su hijo ya se había dado por desaparecido, pero sus padres todavía habían abrigado la esperanza de que apareciera en algún sitio. El librito trata, sobre todo, de la decisión de su hijo de veintiun años para adelantar su incorporación al servicio militar, y de la confusión y el miedo que produjo eso a sus padres. Comienza así:
“Era a unas semanas después de Pearl Harbor. No había una orquesta, ni una bandera, ni una ceremonia. No ha sido dramático, el comienzo de esta historia. Afuera sonó el claxon del coche y él dijo: –Eso va a ser para mí.
Cogió su pequeña bolsa, y su madre dijo: –¿No has olvidado tus guantes?
Besó a su madre y a mí me alargó la mano. –Bueno, hasta la vista, entonces –dijo. Yo cogi su mano, pero sólo podía decir: –Cuídate.
La puerta se cerró y ya estaba, otra vez alguien para la guerra.”
O’Brien describe cómo anda al cuarto de su hijo, cómo mira sus cosas, y se acuerda cómo le ha criticado tantas veces:
“Y, en este momento pensé: que extraño tratamos a nuestros hijos; siempre ocupados con formarlos, siempre haciendo planes para un futuro que nunca llega, siempre dirigiéndonos a lo que podría ser, y nunca aceptándoles como son.”
En esos tiempos la presión moral a los jóvenes americanos para incorporarse al servicio era tan grande, que alguien como Donel apenas se atreviera a salir a la calle como civil. Como militar escribió muy aliviado a sus padres que al fin y al cabo fue liberado de esas “cejas arqueadas” y esas “miradas escrutadoras”. Temo para los militares que ahora deben ir a Irak, que tengan que buscarse un tipo de motivación completamente distinto.
Lo que siempre quedará es ese miedo insoportable de los de casa. Padres como los de Donel estaban pegados a la radio y leían de cabo a rabo los relatos de guerra de los periódicos. Cada día podía llegar ‘el telegrama’. La madre de Donel se lo leyó a su esposo, con “voz lagrimoso”, por teléfono: “Missing in action” (Desaparecido en acción).
“Pensé en la línea de Walt Whitman”, escribe O’Brien: “algo sobre la vida que consiste en conquistar una colina, para tropezarse después con una otra.”

Columna de Frits Abrahams,
en el periódico holandés el NRC:
http://weblogs.nrc.nl/weblog/dag/2007/01/11/heuvels/


(traducida por Ana)

Wednesday, January 03, 2007

Ana

...va a Pánama.