Estoy en una pequeña ciudad colombiana donde el ruido de los pájaros es más fuerte que el de los motos. Es una ciudad en plena selva amazónica, en la que las plantas y animales luchan por la luz de arriba, mientras que en la pequeña ciudad todos están luchando por un poquito de sombra...
El 26 de julio:
Estuve con los Huitotos. O, mejor dicho: los Huitotos no estaban. La que sí estaba en la maloca grande fue una mujer indíjena que se llamaba Patricia. Ella no era de los Huitotos, era de un otro tribu, y por eso fue discriminada. Las mujeres huitotas no fuman, ni mastican coca. Patricia hacía las dos cosas. Salimos para entrar en la selva mientras ella tenía su boca verde, llena de coca, fumando un cigarro puro. Como si esto aún no fuera suficiente, ella llevaba un machete muy agudo. Así combatimos a los bichos selváticos.
El 30 de julio:
Salimos a las dos de la tarde. Después de cuatro horas en el Río Yavarí entramos en el Sacambuciño, un río más pequeño del que el agua había bajado tanto que algunos tenían que meterse entre los caimanes para empujar el bote. Mientras tanto se había oscurecido, y de los caimanes no se veía más que sus ojos relucientes en la oscuridad de las orillas. El otro día vi cómo cazan a un caimán. Uno salta sobre su espalda y coge su cuello. Es un acto bastante peligroso para lo que uno necesita mucha experiencia y mucho conocimiento del animal. A Juan le pedí hacerme un dibujo del caimán al que cazó un día antes. Hizo uno en todo detalle.
Navegando sobre el Río Amazonas tenía mucho tiempo para pensar sobre el tema de las culturas. La idea que cada uno sea "una cultura en si mismo" es un concepto bastante occidental. Sí, vale, pero vale bajo una cultura común, con todos sus valores y reglas. Aquí tienen en común, por ejemplo, que saben cazar a caimanes. Se entienden en este punto; saben los rituales y entienden el comportamiento del otro. Como ellos saben cazar, yo sé dibujar. Pero, ellos también saben dibujar. Lo único es que dibujan distinto. No necesitan estudiar la selva, la conocen de memoria. Yo también podría aprenderla de memoria, pero nunca voy a alcanzar el mismo nivel que ellos. Ellos juntos forman una cultura en sí. Yo formo "una cultura en mi" con todo lo que llevo del occidente, con todas mis preocupaciones como unos pinceles que perdí en el mismo Río Amazonas...
El 3 de agosto:
El otro día encontré a uno de los guias decepcionado. Los hippys lo habían engañado. Se fueron sin pagar después de haber disfrutado de un viaje en el bote para ver a los delfines en el río. El guia vive en un pequeño pueblo. Vive junto con su mamá en una casa pobre. Ni siquiera tienen baño. En realidad casi no tienen nada, viven de la poca plata que él gana con su bote. Los hippys no tenían ningúna idea de todo eso, y sólo pensaban en los delfines y en ellos mismos. En la noche hicieron mucho ruido. Y, ahora se fueron a la próxima fiesta, para engañar al próximo guia pobre. Al final volverán a las casas lujosas de sus padres ricos...
Las fachadas se las ve en todos los colores: azul con rosada, otro azul (más caribe) con gris o naranja con amarillo... Siempre me ha sorprendido el sentido de los colores en los países latinoamericanos. Tal vez tiene que ver con los colores abundantes de las frutas y de las flores. Las flores son tan voluptosas que parecen ser artificiales, hechas de un plástico colorado. Pero, no son de plástico, sólo mis ojos no pueden creer lo que ven, tal vez porque hemos aprendido que las aperiencias engañan. Las fachadas aquí me parecen demasiado alegres. No puede ser que la gente detrás de esas fachadas sea tan alegre. Una fachada, aunque sea colorada, sigue siendo una fachada.
Aquí en Cali es igual tomar un taxi a tomar el autobus: los dos se pierden en la misma ruina. Están construyendo el transmilenio de Cali, que aquí van a llamar el "mío". Además la ciudad parece ser un labirinto. Muchas veces ni siquiera los taxistas saben una dirección. Es el caos total.
Para llegar al pueblo uno tiene que subir a una tabla con ruedas. Pero, antes ponen un moto encima, algo que toma poco tiempo. Dentro de un rato uno se cree en el tren más ingenioso del mundo que anda en plena selva con una velocidad impresionante. El viaje tarda media hora y muchas veces todos se mojan por las lluvias frecuentes en esa zona. Esto no disminuye el placer. ¡Es muy chévere!, dice la chica al lado mío. Yo diría: ¡Espectacular!
El 17 de agosto:
En el canal Caracol de la tele tratan de hacerme creer que "sin tetas no hay paraíso." Y, de las tetas no importa la materia: "... pueden ser de gaucho, de madera o de piedra, lo que cuenta es que sean grandes."
Miro a mis tetas y miro afuera, al paraíso del Pacífico...
En Popayán un escritor de Cali me dijo: "Colombia siempre ha tenido un sólo puesto para cada heroe o villano: tenemos sólo un político que es Uribe, sólo un deportista que es Juan Pablo Montoya, un científico que es Rodolfo Llinás, un escritor que es Gabriel García Márquez, una feminista que se llama Florence Tomas, y un sólo villano que era Pablo Escobar."
En este momento yo leo una novela sobre un sólo crimen: "El crimen del siglo" (referiéndose al Bogotazo), de Miguel Torres.
De vuelta en Bogotá todavía me duelen las manos por haberlas lavado con las hojas espinadas de un árbol en San Agustín. Además, tengo un encuentro muy bacano con Andrés Torres quien me entrega no sólo su "large cita Sin remedio con la noche bogotana", sino también varios otros libros, cintas y CDs con jazz, tango y "Cinema Árbol".